sábado, 5 de abril de 2014

Cabalgata a Casas Viejas


Son pocos los que vienen al Valle de Calamuchita y no se hacen una escapada al pintoresco pueblo de La Cumbrecita, con sus calles angostas y sinuosas que ocultan bajo el follaje de cientos de árboles pintorescas casas de estilo alpino sacadas de un cuento de hadas. Pero hay rincones mucho menos conocidos y no tan lejanos que con un poco de esfuerzo se pueden conocer. Es el caso de Casas Viejas, un paraje cercano que bien pudo haber sido La Cumbrecita de hoy, ya que en los tiempos en que Helmut Cabjolsky se enamoró de estas tierras y logró comprar los campos de 503 hectáreas  que figuraban en Catastro bajo el nombre de La Cumbrecita, también se vendieron las tierras pertenecientes a Casas Viejas, las cuales fueron adquiridas por la familia Merlo, pero la historia estuvo cerca de ser a la inversa. Finalmente La Cumbrecita se convirtió en una aldea de montaña con indiscutibles aires alpinos, inspirados particularmente en el pueblo de Garmisch-Partenkirchen de los Alpes Alemanes y Casas Viejas conservó su paisaje criollo como a principios del siglo pasado.
Para llegar a Casas Viejas se lo puede hacer en 4x4, caminando o a caballo, y esta última es la opción que elegimos en esta oportunidad. Para ello me contacté con Omar, un baqueano con todas las letras, que hace décadas se dedica a organizar cabalgatas por estos rumbos. Acordamos el encuentro para media mañana en su campito a poco de ingresar al pueblo al frente de la piedra conocida como la vaca echada. A la hora prevista me encontré con el grupo que me contrató para esta cabalgata, todos provenientes de Buenos Aires, por lo cual la aventura comenzaba desde el momento de tener que entrar los autos al campo por un irregular camino que requiere de la pericia de los conductores. Con los caballos ensillados y listos a partir, comenzamos a subir a los jinetes, algunos con experiencias y otros haciéndolo por primera vez, no sin temor, por cierto! Una vez que todos estuvimos bien acomodados en nuestros fletes, salimos al camino para subir hasta La Pampita, desde donde se parte para ir a Casas Viejas. La primera parte se desarrolla por un sinuoso camino pero sin mayores dificultades para los inexpertos aventureros. Dejamos a nuestro paso el Cerro Cristal y luego debemos afirmarnos bien en los estribos para sortear la bajada que viene. A medida que avanzamos el paisaje gana en matices y belleza. A la derecha divisamos en lo bajo al Río del Medio, con lugares pocos frecuentados pero ideales para bañarse y para disfrutar de pequeñas playitas de arena, eso sí, no es fácil llegar.  A mitad de recorrido el camino se convierte en un sendero que alterna primero formaciones rocosas con pastizales para luego adentrarse en una verde pradera que invita a galopar, y los menos temerosos se sacaron las ganas! Qué más se puede pedir, aire puro, la naturaleza que te invade hasta las entrañas y la promesa de un rico asado en destino. Un pequeño cartelito nos marca el rumbo correcto, a la izquierda se ven las construcciones de un moderno hotel que contrasta con las antiguas construcciones que veremos en destino. Estamos cerca, apenas trepar una lomita y ante nuestros ojos, inconfundible, el puesto de Casas Viejas. Una añosa arboleda, principalmente de sauces mimbres encierran las casas. Unos atentos canes nos reciben, con ladridos y mostrando un poquito los dientes, por las dudas. Pero un chiflido desde el rancho los tranquiliza y podemos llegar sin problemas. El humito que sale desde atrás nos da ánimo, el asado está marchando!! Los hermanos Merlo nos dan la bienvenida y nos invitan a ponernos cómodos. Aún tenemos tiempo para refrescarnos en las espléndidas hoyas y cascaditas que forma el río Del Medio a pocos pasos del puesto. Si no fuera por las ganas de comer el asado nos quedamos en el agua y tomando un poco más de sol, pero el cordero está a punto y no es cuestión que se pase, allá vamos!! Un picaflor cometa nos acompaña durante el almuerzo, él deleitándose con el néctar de unas coloridas flores y nosotros con el sabroso asado y un equilibrado malbec  de mis pagos salteños. Luego las sombras de los sauces nos tentaron para una siestita arrullados con la suave brisa serrana, otra buena costumbre de mis terrunios, total, quién nos apura. Ya descansados volvemos a disfrutar de las bondades del agua para luego regresar en nuestros caballos serranos que aprovecharon las pasturas de los alrededores del puesto. Llegamos a la tardecita a La Cumbrecita, justo a tiempo para tomar un té con tortas y comprar algún souvenir, como consuelo para los que no pudieron  venir y se perdieron este excelente día campero.












viernes, 4 de abril de 2014

Cerro Corona y Garganta del Diablo


Córdoba no tiene los cerros gigantes de la Cordillera de Los Andes o de las Sierras del Aconquija que con sus cuatro, cinco o seis mil metros de altura impactan por sus dimensiones. Pero sí encontramos pequeños cerros que igualmente ameritan respeto y provocan sensaciones únicas a quienes se atreven a escalarlos. Este es el caso del Cerro Corona, ubicado al sudoeste de La Cumbrecita. Su cumbre tallada en roca granítica semeja una gran corona distinguible desde lejos. Este fue uno de los cerros que siempre quise subir desde que lo conocí, tal vez por su singular silueta, por estar cerca y a la vez no tanto o simplemente por la magia que tiene cualquier montaña. Lo he subido en varias ocasiones, en distintas épocas del año y siempre da gusto volver.  Me remontaré al ascenso que realicé junto a mi sobrino y compañero de aventuras con motivo de relevar el circuito y descubrir algún otro rincón de la zona. Partimos tempranito desde La Cumbrecita, tomando rumbo hacia el encantador paraje de Casas Viejas, río arriba y a algo más de una hora de caminata. Pasado mediados de enero, el calor se hacía sentir. Las verdes praderas del vallecito parecen pintadas y son habitadas por bandurrias, teros, chimangos, carpinteros campestres y otras aves.
Pasando el antiguo puesto debimos sortear el río saltando entre las enormes piedras que se encuentran en su lecho. Dejamos de lado unos viejos corrales de piedra hoy habitados por algunas vizcachas celosamente cuidadas por los hermanos Merlo. Desde aquí la senda comienza a ganar altura bordeando el Río del Medio que baja en medio de cascadas y frescas hoyas. Luego el camino toma rumbo contrario zigzagueando entre las piedras. La vista cada vez se hace más linda, el puesto quedó chiquito en el bajo, mientras una vistosa culebra rayada se cruzó en nuestro camino. Luego de una hora de intensa subida llegamos al pie del cerro el cual debemos rodear primero por un estrecho cañón y después llegar hasta un tabaquillo de singular belleza y tamaño. Aquí el sendero continúa hacia el oeste para adentrarse en las últimas estribaciones de la Pampa de Achala. Debemos entonces buscar la forma de subir el último tramo ya sin sendero alguno y con paredes verticales que cortan el paso, pero con paciencia logramos abrir un camino seguro hasta la cima. Que linda sensación la de hacer cumbre nuevamente. El aire pura se inyecta en nuestros pulmones y los ojos capturan cada detalle del inmenso paisaje. Luego de las fotos compartimos el almuerzo en silencio sintiéndonos parte de la creación. Con uno de los objetivos cumplidos debemos continuar, esta vez buscando lo desconocido. Algunos datos aportados por nuestro amigo Omar, baqueano de la zona, nos entusiasmaron para buscar la Garganta del Diablo, el solo nombre ya despertó nuestra curiosidad. Tomamos rumbo norte a campo traviesa, cruzando pequeñas quebradas y arroyos. En esta época son comunes a esta altura las matas de unas delicadas flores amarillas conocidas como zapatitos de la virgen, debido a la forma de las mismas. El aroma de las hierbas silvestres impregna nuestra piel y el sonido del agua nos advierte sobre la cercanía del río. Con los pastos a la altura de los hombros y tras sortear algunas vegas y otros pequeños obstáculos llegamos al Río del Medio. Las playas de arena y grandes hoyas nos invitan a refrescarnos. Pero no tenemos mucho tiempo por lo cual decidimos remontar río arriba en busca de nuestro objetivo. No es fácil avanzar, debemos hacer un rodeo importante con subidas empinadas y algunos pasos difíciles. La intuición nos dice que debemos estar cerca. La emoción por descubrir nuevos lugares mantiene nuestros cuerpos activos, sin percatarnos del esfuerzo realizado. Llegamos a unas cascadas  muy bonitas y luego a una zona donde el rio se encajona. Es tarde   y hay nubes amenazantes que asoman desde el bajo por lo cual emprendemos el regreso un poco desilusionados por no encontrar nuestro objetivo. Pero a poco de andar nos introducimos en una zona del río que habíamos evitado a la ida al realizar un rodeo y para nuestra sorpresa nos encontramos con una especie de pequeño cañón donde un escondido salto de agua brinda un panorama espectacular, no quedan dudas de que se trata de la Garganta del Diablo. Ahora sí, felices por el hallazgo buscamos la salida para regresar a La Cumbrecita. Tenemos dos opciones, o encontrar la senda hacia Casas Viejas o buscar un camino por la zona alta, nos arriesgamos y elegimos la segunda alternativa, que aunque fue mucho más larga nos permitió pasar por otros lugares como el puesto El Duraznito de Juvencio Andrada, donde años atrás comí un rico asado de cordero, los altos del Vallecito del Abedul, El Indio y el cementerio Alemán al entrar a Cumbrecita. Llegamos justo a tiempo para compartir una bebida helada y unas ricas facturas antes de tomar el último Pájaro Blanco para la villa.












Multiaventura en Lago Los Molinos


El día amaneció diáfano como era previsible luego de una tenue pero persistente lluvia primaveral, ideal para emprender la aventura que teníamos prevista para ese día. Nuestro destino, el Lago Los Molinos y las sierras aledañas. Una vez chequeado el equipo emprendimos la marcha hacia Villa La Merced, distante a solo 18 kilómetros de Villa General Belgrano en dirección norte. En pocos minutos estuvimos en el lugar donde la comby nos dejó para iniciar con la primera actividad aventurera del día, un corto pero imperdible trekking por las Sierras Chicas o del Hinojo. Una senda apenas marcada comenzó a ganar altura por la montaña. A los costados del sendero una tupida vegetación de arbustos  y otras hierbas llenaban de aromas el ambiente mientras algunas espinas de los aromitos, tolas tolas y piquillines cada tanto rozaban nuestras blancas piernas todavía sin broncear, dejando alguna marcas y haciéndonos tomar conciencia de que estábamos introduciéndonos en un ambiente agreste pero fantástico a la vez. No hizo falta mucho tiempo para que las panorámicas comenzaran a ganar protagonismo. El verde intenso del nuevo follaje de la vegetación serrana contrastaba con el azul profundo del Lago Los Molinos y el cielo y se complementaba con los techos rojos de las casitas del complejo de Villa La Merced. El tranco era lento pero constante y luego de una media hora el bosque de molles, talas, cocos y espinillos dieron lugar a un arbustal de altura haciendo que el paisaje sea más vistoso aún. Podíamos contemplar el Lago Los Molinos en toda su extensión, desde la desembocadura de los Ríos Los Reartes y del Medio al Sur, Los Espinillos al Oeste y el San Pedro por el norte. También distinguimos por el este la Boca del Río, donde nace el Río Los Molinos luego del paredón de 50 metros de alto que embalsa las aguas en una superficie de 2.500 hectáreas, convirtiéndolo en el segundo lago artificial de la provincia. Llegamos hasta una pequeña cumbrecita en el filo de Las Sierras donde tomamos unos matecitos y tomamos un merecido descanso. Luego retomamos una parte de la senda para continuar luego un suave y placentero descenso hasta cercanías del murallón, en donde encontramos nuevamente la comby para trasladarnos hasta una pequeña península donde continuaríamos con la aventura. Llegamos al lugar donde Gaby y Soraya nos esperaban con todos los equipos listos para realizar otra actividad de aventura, un circuito de tirolesas o canopy de 770 metros de largo a través de 4 cables de acero. Los primeros dos cruzan en medio de un bosque de pinos con un largo de 100 metros cada uno y a una considerable altura. En estos cables nos familiarizamos con los materiales, los sistemas de frenado y posición del cuerpo para luego afrontar el cable más largo y vertiginoso del circuito con 300 metros de largo y alrededor de 40 de altura para cruzar el Lago de una orilla a la otra! La experiencia es fabulosa y a todos se les escapan exclamaciones de toda índole, gritos de felicidad, de miedo, éxtasis total y adrenalina a pleno. Una vez en la otra orilla, otro de los instructores nos esperaban para realizar un entretenido y audaz descenso o rappel por una pared vertical de piedra de más de 6 metros de alto. Si lo anterior casó impresión, el rappel lo superó en emoción ya que ahora somos aún más protagonistas de la experiencia. Siguiendo las recomendaciones y enseñanzas de los instructores, somos nosotros los que tenemos que manejar con destreza el material para poder bajar. Mosquetones, ochos, cordines, guantes, cascos y sogas nos proporcionan seguridad, pero un movimiento en falso y podemos golpearnos contra la pared. Por supuesto que estamos bien cuidados por los instructores que no escatiman en brindarnos toda la seguridad del caso. Una vez que terminamos con esta actividad, aunque hubo algunas deserciones, cruzamos por otro cable hasta la Península ya más distendidos y disfrutando del paisaje. Subimos para sacarnos todo el equipo y cambiar arneses por chalecos salvavidas y remos. Nos queda un entretenido paseo en kayak. Una rápida pero efectiva clase de remo y de seguridad nos alistaron para dar comienzo a la travesía por el lago. Algunos optaron por kayaks dobles y otros en embarcaciones singles, pero lo que es seguro, nadie se salvó de remar. Los avances tecnológicos y de materiales trajeron al mercado estos nuevos kayaks conocidos como sit on top. A diferencia de los tradicionales que son cerrados y que precisan de una mayor pericia, estos son de muy fácil uso, muy estables y no requieren experiencia previa hasta el punto en que la mayoría optó por tirarse al agua para refrescarse y luego volver a subirse sin demasiados problemas. Después de algunas carreras, mojadas y tramos de relax, retornamos al embarcadero para culminar esta aventura con una refrescante bebida y una picada donde no faltaron el salame de la colonia, el queso de cabra y el pan casero.
















El Baño del Cóndor


Nuestras sierras esconden en sus entrañas rincones únicos y muy especiales. Uno de ellos es el “Baño del Cóndor”, un mágico lugar en donde los reyes alados encontraron un sitio de características especiales para realizar el ritual del baño, un espectáculo tal vez único en el mundo que puede ser disfrutado por los excursionistas que se animen a llegar hasta sus proximidades y tengan la suerte de estar en el momento justo en el que los cóndores realizan su ritual. Pero, ¿y donde se encuentra este baño tan especial? Ni más ni menos que en el Parque Nacional Quebrada del Condorito y precisamente en las agrestes laderas de la misma quebrada donde se origina el nombre. Actualmente la ruta de acceso más utilizada es la que parte desde el Camino de las Altas Cumbres en el sector conocido como La Pampilla. Una tranquera y un pequeño cartel indican el ingreso al Parque. Allí iniciamos la caminata con un grupo scout a principios del verano. Los jóvenes excursionistas cargaban sus pesadas mochilas con todo lo necesario para pasar un par de noches en la montaña, sin ningún tipo de servicios, sólo un sector demarcado y con el pasto cortado que permite armar las carpas sin dificultades. Pero para llegar al área de acampe debemos transitar por senderos rodeados de verdes pasturas y coloridas flores silvestres. Casi tres horas demandaron para andar los 8 kilómetros con las paradas necesarias para descansar, sacar fotos y reponer energías con alguna golosina o fruta seca. Una vez instalado el campamento en Pampa Pajosa nos dirigimos al Balcón Norte donde tendríamos nuestro primer contacto con los cóndores, que aunque se hicieron esperar, nos deleitaron con sus majestuosos vuelos. Pero éstos no son los únicos habitantes del lugar, aquí viven cientos de aves, muchas exclusivas de las Sierras Grandes como ser remolineras, camineras, loycas, catitas serranas, dormilonas, gauchitos serranos y algunas otras. Mientras tomábamos unos mates un fuerte grito de un ave rapaz nos llamó la atención, se trataba de una pareja de halcones peregrinos que en un coqueto juego se perseguían a gran velocidad. Más arriba un aguilucho común buscaba alguna presa con su atenta y extraordinaria vista. Emprendimos el regreso al campamento y en el camino nos cruzamos con una pequeña pero no menos peligrosa yarará ñata, única especie de ofidios muy venenosa que habita a estas alturas. Una luna menguante alumbraba lo suficiente como para pasar una agradable noche mientras cocinábamos unos ricos capelletis con salsa bolognesa y conversábamos sobre los más variados temas. El segundo día nos recibió con mucho sol que pronto se hizo notar. Debíamos atravesar la Quebrada por un sendero angosto y con mucha pendiente. Más de 200 metros de desnivel nos separaban del Río Condoritos, el cual atravesamos por un resistente puente construido por la Administración de Parques Nacionales. La subida de la ladera sur, más agreste y seca que la norte, no fue tarea sencilla, el calor era agobiante y debíamos hidratarnos constantemente. Coloridas flores silvestres decoraban el paisaje y el aroma mentolado de algunos arbustos abría nuestros sentidos. El premio al esfuerzo lo obtuvimos al llegar al imponente Balcón Sur de la quebrada. Una caída libre de alrededor de 400 metros tiene como fondo el zigzagueante y pedregoso cauce del río Condoritos o San José. La vista es deslumbrante y nos deja sin palabras. Nos quedamos sentados disfrutando del paisaje, extasiados con tanta hermosura. Pero el esfuerzo abrió nuestro apetito por lo que buscamos en nuestras mochilas las raciones para el almuerzo. Pasó más de una hora y no detectamos ninguna actividad en la quebrada, al punto de que ya pensábamos que no avistaríamos ningún cóndor ese día, cuando sin esperarlo y al punto de casi asustarnos, un cóndor adulto y de grandes dimensiones apareció desde nuestras espaldas a pocos metros lo que nos permitió admirarlo en detalle y hasta escuchar el zumbido provocado por sus largas alas al rozar el aire. Tal fue nuestra sorpresa que ni siquiera atinamos a agarrar nuestras cámaras de fotos. El gigante alado siguió su rumbo y en pocos segundos se perdió en la inmensidad de la quebrada. A partir de ese momento, de a poco, uno  a uno comenzaron a aparecer cóndores desde distintos puntos de la quebrada pero con un mismo destino. Luego de realizar un lento y circular descenso cada uno de los cóndores realizaba un elegante aterrizaje en una zona saliente de la pared sur donde un salto de agua que baja abruptamente forma una pequeña hoya de aguas cristalinas para luego continuar bajando por otros 80 metros hasta el río. Las cualidades del lugar permiten a los cóndores realizar un baño de inmersión donde pueden lavar sus largas plumas negras y blancas y luego tomar un reconfortante baño de sol con sus alas extendidas. Una vez que el sol comienza a esconderse sobre la ladera oeste y la sombra avanza hasta este lugar, las enormes aves sólo deben pegar un pequeño salto al vacío para tomar alguna corriente térmica que sin necesidad de realizar ni un solo aleteo los subirá y trasladará hasta sus posaderos en las altas paredes de granito o para alejarse de la quebrada en busca de alimento. Con largavistas y el zoom de las cámaras registramos este singular espectáculo, llegando a contabilizar 46 cóndores compartiendo el ritual. No faltaron los enfrentamientos entre machos adultos o la imposición de jerarquía de un adulto sobre un juvenil que con las alas desplegadas realizaban una especie de danza del poder. Totalmente satisfechos por el show del Baño del Cóndor” emprendimos el regreso al campamento para pasar una noche más en medio de la madre naturaleza totalmente satisfechos por las aventuras vividas.