Córdoba no tiene los cerros
gigantes de la Cordillera de Los Andes o de las Sierras del Aconquija que con
sus cuatro, cinco o seis mil metros de altura impactan por sus dimensiones.
Pero sí encontramos pequeños cerros que igualmente ameritan respeto y provocan
sensaciones únicas a quienes se atreven a escalarlos. Este es el caso del Cerro
Corona, ubicado al sudoeste de La Cumbrecita. Su cumbre tallada en roca
granítica semeja una gran corona distinguible desde lejos. Este fue uno de los
cerros que siempre quise subir desde que lo conocí, tal vez por su singular
silueta, por estar cerca y a la vez no tanto o simplemente por la magia que
tiene cualquier montaña. Lo he subido en varias ocasiones, en distintas épocas
del año y siempre da gusto volver. Me
remontaré al ascenso que realicé junto a mi sobrino y compañero de aventuras
con motivo de relevar el circuito y descubrir algún otro rincón de la zona.
Partimos tempranito desde La Cumbrecita, tomando rumbo hacia el encantador
paraje de Casas Viejas, río arriba y a algo más de una hora de caminata. Pasado
mediados de enero, el calor se hacía sentir. Las verdes praderas del vallecito
parecen pintadas y son habitadas por bandurrias, teros, chimangos, carpinteros
campestres y otras aves.
Pasando el antiguo puesto debimos
sortear el río saltando entre las enormes piedras que se encuentran en su lecho.
Dejamos de lado unos viejos corrales de piedra hoy habitados por algunas
vizcachas celosamente cuidadas por los hermanos Merlo. Desde aquí la senda
comienza a ganar altura bordeando el Río del Medio que baja en medio de
cascadas y frescas hoyas. Luego el camino toma rumbo contrario zigzagueando
entre las piedras. La vista cada vez se hace más linda, el puesto quedó chiquito
en el bajo, mientras una vistosa culebra rayada se cruzó en nuestro camino.
Luego de una hora de intensa subida llegamos al pie del cerro el cual debemos
rodear primero por un estrecho cañón y después llegar hasta un tabaquillo de
singular belleza y tamaño. Aquí el sendero continúa hacia el oeste para
adentrarse en las últimas estribaciones de la Pampa de Achala. Debemos entonces
buscar la forma de subir el último tramo ya sin sendero alguno y con paredes
verticales que cortan el paso, pero con paciencia logramos abrir un camino
seguro hasta la cima. Que linda sensación la de hacer cumbre nuevamente. El
aire pura se inyecta en nuestros pulmones y los ojos capturan cada detalle del inmenso
paisaje. Luego de las fotos compartimos el almuerzo en silencio sintiéndonos
parte de la creación. Con uno de los objetivos cumplidos debemos continuar,
esta vez buscando lo desconocido. Algunos datos aportados por nuestro amigo
Omar, baqueano de la zona, nos entusiasmaron para buscar la Garganta del
Diablo, el solo nombre ya despertó nuestra curiosidad. Tomamos rumbo norte a
campo traviesa, cruzando pequeñas quebradas y arroyos. En esta época son
comunes a esta altura las matas de unas delicadas flores amarillas conocidas
como zapatitos de la virgen, debido a la forma de las mismas. El aroma de las
hierbas silvestres impregna nuestra piel y el sonido del agua nos advierte
sobre la cercanía del río. Con los pastos a la altura de los hombros y tras
sortear algunas vegas y otros pequeños obstáculos llegamos al Río del Medio.
Las playas de arena y grandes hoyas nos invitan a refrescarnos. Pero no tenemos
mucho tiempo por lo cual decidimos remontar río arriba en busca de nuestro
objetivo. No es fácil avanzar, debemos hacer un rodeo importante con subidas
empinadas y algunos pasos difíciles. La intuición nos dice que debemos estar
cerca. La emoción por descubrir nuevos lugares mantiene nuestros cuerpos
activos, sin percatarnos del esfuerzo realizado. Llegamos a unas cascadas muy bonitas y luego a una zona donde el rio
se encajona. Es tarde y hay nubes amenazantes que asoman desde el
bajo por lo cual emprendemos el regreso un poco desilusionados por no encontrar
nuestro objetivo. Pero a poco de andar nos introducimos en una zona del río que
habíamos evitado a la ida al realizar un rodeo y para nuestra sorpresa nos
encontramos con una especie de pequeño cañón donde un escondido salto de agua
brinda un panorama espectacular, no quedan dudas de que se trata de la Garganta
del Diablo. Ahora sí, felices por el hallazgo buscamos la salida para regresar
a La Cumbrecita. Tenemos dos opciones, o encontrar la senda hacia Casas Viejas
o buscar un camino por la zona alta, nos arriesgamos y elegimos la segunda
alternativa, que aunque fue mucho más larga nos permitió pasar por otros
lugares como el puesto El Duraznito de Juvencio Andrada, donde años atrás comí
un rico asado de cordero, los altos del Vallecito del Abedul, El Indio y el
cementerio Alemán al entrar a Cumbrecita. Llegamos justo a tiempo para
compartir una bebida helada y unas ricas facturas antes de tomar el último
Pájaro Blanco para la villa.
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