Nuestras sierras esconden en sus entrañas rincones
únicos y muy especiales. Uno de ellos es el “Baño del Cóndor”, un mágico lugar
en donde los reyes alados encontraron un sitio de características especiales
para realizar el ritual del baño, un espectáculo tal vez único en el mundo que
puede ser disfrutado por los excursionistas que se animen a llegar hasta sus
proximidades y tengan la suerte de estar en el momento justo en el que los
cóndores realizan su ritual. Pero, ¿y donde se encuentra este baño tan
especial? Ni más ni menos que en el Parque Nacional Quebrada del Condorito y
precisamente en las agrestes laderas de la misma quebrada donde se origina el
nombre. Actualmente la ruta de acceso más utilizada es la que parte desde el
Camino de las Altas Cumbres en el sector conocido como La Pampilla. Una
tranquera y un pequeño cartel indican el ingreso al Parque. Allí iniciamos la
caminata con un grupo scout a principios del verano. Los jóvenes excursionistas
cargaban sus pesadas mochilas con todo lo necesario para pasar un par de noches
en la montaña, sin ningún tipo de servicios, sólo un sector demarcado y con el
pasto cortado que permite armar las carpas sin dificultades. Pero para llegar
al área de acampe debemos transitar por senderos rodeados de verdes pasturas y
coloridas flores silvestres. Casi tres horas demandaron para andar los 8
kilómetros con las paradas necesarias para descansar, sacar fotos y reponer
energías con alguna golosina o fruta seca. Una vez instalado el campamento en Pampa
Pajosa nos dirigimos al Balcón Norte donde tendríamos nuestro primer contacto
con los cóndores, que aunque se hicieron esperar, nos deleitaron con sus
majestuosos vuelos. Pero éstos no son los únicos habitantes del lugar, aquí
viven cientos de aves, muchas exclusivas de las Sierras Grandes como ser
remolineras, camineras, loycas, catitas serranas, dormilonas, gauchitos
serranos y algunas otras. Mientras tomábamos unos mates un fuerte grito de un
ave rapaz nos llamó la atención, se trataba de una pareja de halcones
peregrinos que en un coqueto juego se perseguían a gran velocidad. Más arriba
un aguilucho común buscaba alguna presa con su atenta y extraordinaria vista.
Emprendimos el regreso al campamento y en el camino nos cruzamos con una
pequeña pero no menos peligrosa yarará ñata, única especie de ofidios muy
venenosa que habita a estas alturas. Una luna menguante alumbraba lo suficiente
como para pasar una agradable noche mientras cocinábamos unos ricos capelletis
con salsa bolognesa y conversábamos sobre los más variados temas. El segundo
día nos recibió con mucho sol que pronto se hizo notar. Debíamos atravesar la
Quebrada por un sendero angosto y con mucha pendiente. Más de 200 metros de desnivel
nos separaban del Río Condoritos, el cual atravesamos por un resistente puente
construido por la Administración de Parques Nacionales. La subida de la ladera
sur, más agreste y seca que la norte, no fue tarea sencilla, el calor era
agobiante y debíamos hidratarnos constantemente. Coloridas flores silvestres decoraban
el paisaje y el aroma mentolado de algunos arbustos abría nuestros sentidos. El
premio al esfuerzo lo obtuvimos al llegar al imponente Balcón Sur de la
quebrada. Una caída libre de alrededor de 400 metros tiene como fondo el
zigzagueante y pedregoso cauce del río Condoritos o San José. La vista es
deslumbrante y nos deja sin palabras. Nos quedamos sentados disfrutando del
paisaje, extasiados con tanta hermosura. Pero el esfuerzo abrió nuestro apetito
por lo que buscamos en nuestras mochilas las raciones para el almuerzo. Pasó
más de una hora y no detectamos ninguna actividad en la quebrada, al punto de
que ya pensábamos que no avistaríamos ningún cóndor ese día, cuando sin
esperarlo y al punto de casi asustarnos, un cóndor adulto y de grandes dimensiones
apareció desde nuestras espaldas a pocos metros lo que nos permitió admirarlo
en detalle y hasta escuchar el zumbido provocado por sus largas alas al rozar
el aire. Tal fue nuestra sorpresa que ni siquiera atinamos a agarrar nuestras
cámaras de fotos. El gigante alado siguió su rumbo y en pocos segundos se
perdió en la inmensidad de la quebrada. A partir de ese momento, de a poco,
uno a uno comenzaron a aparecer cóndores
desde distintos puntos de la quebrada pero con un mismo destino. Luego de realizar
un lento y circular descenso cada uno de los cóndores realizaba un elegante
aterrizaje en una zona saliente de la pared sur donde un salto de agua que baja
abruptamente forma una pequeña hoya de aguas cristalinas para luego continuar bajando
por otros 80 metros hasta el río. Las cualidades del lugar permiten a los
cóndores realizar un baño de inmersión donde pueden lavar sus largas plumas negras
y blancas y luego tomar un reconfortante baño de sol con sus alas extendidas.
Una vez que el sol comienza a esconderse sobre la ladera oeste y la sombra
avanza hasta este lugar, las enormes aves sólo deben pegar un pequeño salto al
vacío para tomar alguna corriente térmica que sin necesidad de realizar ni un
solo aleteo los subirá y trasladará hasta sus posaderos en las altas paredes de
granito o para alejarse de la quebrada en busca de alimento. Con largavistas y
el zoom de las cámaras registramos este singular espectáculo, llegando a
contabilizar 46 cóndores compartiendo el ritual. No faltaron los enfrentamientos
entre machos adultos o la imposición de jerarquía de un adulto sobre un juvenil
que con las alas desplegadas realizaban una especie de danza del poder.
Totalmente satisfechos por el show del Baño del Cóndor” emprendimos el regreso
al campamento para pasar una noche más en medio de la madre naturaleza
totalmente satisfechos por las aventuras vividas.
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