viernes, 4 de abril de 2014

Cabalgando muy alto


Hacía mucho tiempo que esperaba concretar esta aventura, subir a lo más alto de Córdoba, pero no caminando como lo hice tantas veces, sino a caballo. Se acercaba fin de año y recibo la consulta de Cristian desde Buenos Aires quien junto a sus hijos deseaba realizar el ascenso al Champaqui a caballo como para despejar la mente después de un largo año laboral. En pocas horas teníamos resuelta toda la logística de la excursión. El 29 de diciembre nos recibió con un día espectacular para dar comienzo a la aventura. De camino a Villa Alpina, un poco antes de llegar, alcanzamos un grupo de jinetes, cada uno con un caballo de recambio, las alforjas llenas y hasta una guitarra, por lo cual dedujimos que tenían nuestro mismo destino. Al llegar nos esperaba Marcelo, un simpático y joven baqueano oriundo de Traslasierras pero que hace algunos años se vino a trabajar al Champaqui. Además de nuestros cinco caballos había traído 2 mulas para las cargas. En este punto, las diferencias entre la ansiedad y apuro de mis clientes recién llegados de la gran ciudad y la parsimonia y tranquilidad de Marcelo eran muy notorias. Algo normal, cuando el que llega de la ciudad, cargado con el ritmo desenfrenado de la vida cotidiana arriba a estos parajes donde hasta los pájaros se toman su tiempo para cantar una dulce melodía.
Casi con todo listo para la partida, de repente el grupo de jinetes llega a nuestro encuentro. Se trata de muchachos de Alta Gracia, todos amantes del campo y de los caballos que están iniciando una travesía de diez días por las serranías cordobesas, pero su primer parada es la misma que la nuestra por lo cual el grupo pronto se duplicó. Con los caballos y jinetes inquietos iniciamos la cabalgata. El sendero es estrecho y pronto formamos una larga fila india que se interna en la espesura de un pinar que presenta las secuelas del último tornado con cientos de árboles caídos por doquier. Pero la sombra no dura mucho y unos minutos más tarde la senda se abre camino por los pastizales típicos de estas alturas. Dejamos de lado el Puesto Ojo de Agua mientras que nuestras cabalgaduras sortean los obstáculos del camino con sorprendente destreza.








Los caballos serranos, generalmente de porte más pequeño tienen que adaptarse a las características del terreno. Hasta los mejores animales del llano pueden hacer aguas en este terreno. Pronto comprobé que mis clientes no tenían ningún problema en afrontar la rudeza del terreno, por lo cual la excursión no debería tener inconvenientes en este sentido. A mitad de camino, luego de cruzar  La Mesilla y tras dos horas de cabalgata hacemos un alto reparador bajo los sauces mimbres del Puesto de Moisés López donde almorzamos unos riquísimos sandwiches de pollo y palmito. Una pequeña siesta para reponer energías en compañía de perros, gallinas y hasta chanchitos que buscan alguna miguita perdida. Nuestros compañeros de travesía hicieron cambio de caballos para dar descanso a los primeros que aún deben adaptarse a las condiciones del terreno. Una empinada cuesta nos lleva hasta el Arroyo Las Socabonas donde los animales aprovechan para tomar agua. El calor se hace sentir y el sol colorea nuestra piel mientras cruzamos el desierto de la virgen donde la piedra es protagonista. Un águila custodia el Cerro Lechiguanas, el cual sorteamos antes de arribar al Puesto San Expedito donde pasaremos la noche. Un buen baño en el Río Tabaquillos antecede al mate cocido con pan casero y dulce y a una guitarreada que se extenderá hasta la medianoche. Al día siguiente, con nuestros equinos listos iniciamos la jornada más exigente. Son pocos los que generalmente se animan a subir. Tomamos una senda poco transitada hacia el noroeste y pronto tenemos que bajar de nuestras montas para superar un paso difícil. Esta operación se repetirá en varias ocasiones para seguridad de jinetes y caballos. A pesar de estos cuidados el rosillo de Cristian golpea una de sus patas delanteras. Los perros que nos acompañaron todo el viaje cada tanto salen en feroz carrera detrás de alguna liebre pero sin éxito para felicidad de las mismas. Un empinado acarreo de piedras blancas nos obliga a descender, estamos cerca. Visitamos la Casa Negra, una pintoresca cueva escondida al norte del Champaquí. El último tramo lo hacemos en medio de verdes pastos y flores silvestres hasta que llegamos al filo de las sierras donde la vista se hace formidable. Todo el Valle de Traslasierras a nuestros pies con sus pueblitos aquí y allá y el azul del embalse La Viña que contrasta con el verde paisaje. Los últimos metros los hacemos a pie, dejando a nuestros caballos descansar bien atados a una piedras por las dudas. No es cuestión de quedarnos sin transporte para la vuelta. Compartimos el almuerzo en la cumbre, que aunque no fue el asado que comiera el Padre Buteler en su ascenso a caballo junto a 40 jinetes allá por el año 1937, no tuvo desperdicios.
El descenso lo hicimos por la senda del sur, que baja en cercanías del Cerro Los Linderos. Un tramo muy empinado que nos obligaba a estar bien calzados en nuestros estribos y el cuerpo echado para atrás, no apto para personas que sufran vértigo. Es increíble lo que pueden hacer estos caballitos serranos! De vuelta en el puesto, esta noche nos espera un cordero asado y otra guitarreada con chacareras, gatos y zambas para cerrar una excelente jornada. El 31 emprendemos el regreso a Villa Alpina, haciendo un alto para comer unas ricas empanadas criollas de Doña Juana y llegar a tiempo para los festejos de fin de año

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