Son pocos los que vienen al Valle
de Calamuchita y no se hacen una escapada al pintoresco pueblo de La
Cumbrecita, con sus calles angostas y sinuosas que ocultan bajo el follaje de
cientos de árboles pintorescas casas de estilo alpino sacadas de un cuento de
hadas. Pero hay rincones mucho menos conocidos y no tan lejanos que con un poco
de esfuerzo se pueden conocer. Es el caso de Casas Viejas, un paraje cercano
que bien pudo haber sido La Cumbrecita de hoy, ya que en los tiempos en que
Helmut Cabjolsky se enamoró de estas tierras y logró comprar los campos de 503
hectáreas que figuraban en Catastro bajo
el nombre de La Cumbrecita, también se vendieron las tierras pertenecientes a
Casas Viejas, las cuales fueron adquiridas por la familia Merlo, pero la historia
estuvo cerca de ser a la inversa. Finalmente La Cumbrecita se convirtió en una
aldea de montaña con indiscutibles aires alpinos, inspirados particularmente en
el pueblo de Garmisch-Partenkirchen de los Alpes Alemanes y Casas Viejas
conservó su paisaje criollo como a principios del siglo pasado.
Para llegar a Casas Viejas se lo puede
hacer en 4x4, caminando o a caballo, y esta
última es la opción que elegimos en esta oportunidad. Para ello me contacté con
Omar, un baqueano con todas las letras, que hace décadas se dedica a organizar
cabalgatas por estos rumbos. Acordamos el encuentro para media mañana en su
campito a poco de ingresar al pueblo al frente de la piedra conocida como la
vaca echada. A la hora prevista me encontré con el grupo que me contrató para
esta cabalgata, todos provenientes de Buenos Aires, por lo cual la aventura
comenzaba desde el momento de tener que entrar los autos al campo por un
irregular camino que requiere de la pericia de
los conductores. Con los caballos ensillados y listos a partir, comenzamos a
subir a los jinetes, algunos con experiencias y otros haciéndolo por primera vez,
no sin temor, por cierto! Una vez que todos estuvimos bien acomodados en
nuestros fletes, salimos al camino para subir hasta La Pampita, desde donde se
parte para ir a Casas Viejas. La primera parte se desarrolla por un sinuoso
camino pero sin mayores dificultades para los inexpertos aventureros. Dejamos a
nuestro paso el Cerro Cristal y luego debemos afirmarnos bien en los estribos
para sortear la bajada que viene. A medida que avanzamos el paisaje gana en
matices y belleza. A la derecha divisamos en lo bajo al Río del Medio, con
lugares pocos frecuentados pero ideales para bañarse y para disfrutar de
pequeñas playitas de arena, eso sí, no es fácil llegar. A mitad de recorrido el camino se convierte
en un sendero que alterna primero formaciones rocosas con pastizales para luego
adentrarse en una verde pradera que invita a galopar, y los menos temerosos se
sacaron las ganas! Qué más se puede pedir, aire puro, la naturaleza que te
invade hasta las entrañas y la promesa de un rico asado en destino. Un pequeño
cartelito nos marca el rumbo correcto, a la izquierda se ven las construcciones
de un moderno hotel que contrasta con las antiguas construcciones que veremos
en destino. Estamos cerca, apenas trepar una lomita y ante nuestros ojos,
inconfundible, el puesto de Casas Viejas. Una añosa arboleda, principalmente de
sauces mimbres encierran las casas. Unos atentos canes nos reciben, con
ladridos y mostrando un poquito los dientes, por las dudas. Pero un chiflido
desde el rancho los tranquiliza y podemos llegar sin problemas. El humito que
sale desde atrás nos da ánimo, el asado está marchando!! Los hermanos Merlo nos
dan la bienvenida y nos invitan a ponernos cómodos. Aún tenemos tiempo para
refrescarnos en las espléndidas hoyas y cascaditas que forma el río Del Medio a
pocos pasos del puesto. Si no fuera por las ganas de comer el asado nos
quedamos en el agua y tomando un poco más de sol, pero el cordero está a punto
y no es cuestión que se pase, allá vamos!! Un picaflor cometa nos acompaña
durante el almuerzo, él deleitándose con el néctar de unas coloridas flores y
nosotros con el sabroso asado y un equilibrado malbec de mis pagos salteños. Luego las sombras de
los sauces nos tentaron para una siestita arrullados con la suave brisa
serrana, otra buena costumbre de mis terrunios, total, quién nos apura. Ya
descansados volvemos a disfrutar de las bondades del agua para luego regresar
en nuestros caballos serranos que aprovecharon las pasturas de los alrededores
del puesto. Llegamos a la tardecita a La Cumbrecita, justo a tiempo para tomar
un té con tortas y comprar algún souvenir, como consuelo para los que no
pudieron venir y se perdieron este
excelente día campero.
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